Historias y romanzas bubis

El artesano fabricante de las cuentas de tyíbö (oro blanco bubi)

En el poblado de Máiyé, a escasos kilómetros de los Balatyálátya, el último artesano del tyíbö, o cuentas hechas con las conchas del molusco llamado elölá (bilölá en plural),
estaba a punto de dejar nuestro mundo. Postrados en su lecho se encontraban los veinte jóvenes de la aldea, pendientes de sus últimas palabras, aquellos jóvenes escogidos para
garantizar el conocimiento de la tradición. Cuando fabricaba el tyíbö, solía encerrarse en su habitáculo y allí permanecía aislado, sin mujer ni hijos. Ningún joven quiso pasar
tantas horas encerrado. Por eso no pudo decir ni enseñar a nadie cómo fabricaba las sartas de tyíbó. Y murió. Se llamaba Lötyíbö Gömbé.

Sus familiares, acompañados por los veinte jóvenes de la aldea, acudieron al bötéribo para la autopsia social.

– «Lötyíbö Gömbé ha ido a reunirse con los suyos en el Más Allá; su muerte se debe a causas estrictamente naturales. Además, a sus ciento diecisiete años, era mejor que se
fuera», dijo el bötéribo. «Habéis venido para saber cómo podéis descubrir su secreto, sobre cómo fabricaba sus sartas de tyíbo».

El bötéribo metió su mano en su pequeña despensa o tyónó, sacó una varita que medía unos cuatro dedos corazón. En un extremo de la varita había atado un trocito de piedra basalto, negra y punzante. Lo depositó sobre una banqueta nueva, todavía sin estar curtida por el humo permanente del oratorio o ròhia del elotyí (siervo al que suele poseer el bötéribo). Volvió a meter su mano derecha en el tyónó y esta vez sacó una concha de elölá.

Lötyíbö Gömbé me acaba de decir que os entregue estos objetos. No tenía magia para hacer las sartas de tyíbö. Solo maestría y perseverancia.

– «¿Y cómo se utilizan», preguntó el mayor de los veinte jóvenes que habían acudido al bötéribo.

– «Tenéis que enterrarle primero en una gran cabaña. Le enterraréis sentado y dejaréis que su cabeza respire, no sepultada. Sobre dicha cabeza colocaréis un gran lecho en el que dormiréis todos durante nueve noches. Alguno saldrá con la energía de Lötyíbö Gömbé y adquirirá su maestría y su perseverancia. Todo lo que os digo es lo que él mismo me transmite».

Los muchachos se levantaron y se despidieron del bötéribo; olvidaron que no podían irse antes de que este abandonara el cuerpo de su elotyí. Eran jóvenes de la generación anterior a la de los Poolö’ö, los desorientados y confusos, aquellos que no respetarán ni escucharán a sus mayores.

Antes de que el cuerpo sin vida del anciano Lötyíbö Gömbé se volviera rígido, los muchachos, guiados por el experto en preparación de cadáveres, les dijo lo que debían hacer: lavar el cuerpo con agua salada y hojas de kinabóri (Momordica foetida), untarlo con aceite de palma guardado en una cesta hecha con finos mimbres de nervios de palma, y grasa de boa matada en luna llena. Lo hicieron y le pusieron su bökötti (o taparrabo) y mientras algunos jóvenes le mantenían en posición de sentado, otros cavaban la tierra para hacer un hoyo a modo de asiento con respaldo. Lötyíbö Gömbé fue enterrado. El lecho fue inmediatamente construido. Grande. Y jóvenes y adultos, mujeres y varones, cantaron y recordaron la vida de este anciano, fabricante último de las cuentas de tyíbó.

Nueve días después, al término de las exequias, los fornidos muchachos volvieron a visitar al bötéribo.

– «Cada uno de vosotros debe contar el sueño repetido que tuvo durante las nueve noches sobre el lecho de Lötyíbö Gömbé».

– «Durante nueve noches soñé que el anciano Lötyíbö tenía muchos kilos de tyíbö enterrados en alguna parte de su casa», dijo el mayor de todos. «Creo que tendremos que buscar y si encontramos dichos kilos, no tendremos necesidad de fabricar más el tyíbö».

– «No sé si puedo contar lo que he soñado. El caso es que soñé que el viejo Lötyíbö Gömbé me contaba que estuvo en Ripaasí [actual España], un país muy lejano, donde estuvo con una mujer blanca y con quien tuvo un hijo y a quien jamás vio, porque el barco en el que había viajado a Ripaasí, regresó a Wásibé [actual Lubá] y Lötyíbö no volvió a zarpar», relató el tataranieto del difunto anciano.

– «Lo que está enterrado no se puede buscar», dijo el bötéribo. «Si se ha de encontrar, se encontrará; será cuestión de tiempo y el momento. Lötyíbö Gömbé está ahora mismo entre nosotros. Yo le veo y él me ve, os ve y os escucha; dice que pasarán muchos años hasta que se vuelva a fabricar el tyíbö, porque algunas personas lo han estado vendiendo a los que se llevaron a nuestros jóvenes atados peor que cabras. Dice que los dioses están muy enfadados y que por eso han evitado que Lötybö Gömbé enseñara a algunos jóvenes. No sigáis contando vuestros sueños. Todo está ya dicho. Volved a vuestras casas. Lötyíbö Gömbé quiere ya estar con los suyos y cuando venís aquí y le llamáis, tiene que interrumpir su actividad para poder estar con vosotros. Volved a vuestros hogares y seguid haciendo lo que hacéis».

El anciano artesano fue recordado durante generaciones. Luego olvidado. Llegaron los hombres blancos vestidos, y con sus escopetas detonantes (hechas con el tallo de plátano), obligaron a jóvenes y mayores a cambiar de asentamientos. Los poblados fueron cambiados de sus emplazamientos tradicionales y construidos junto a iglesias de palmas, primero, y madera, cemento y chapas de zinc, después. Los niños fueron retenidos en internados en contra de la voluntad de sus padres. Los bilotyí (plural de elotyí) fueron perseguidos y encarcelados. Los hombres fueron condenados a trabajos forzosos para la construcción de carreteras. Todos fueron obligados a vestirse y las reinas y los reyes dejaron de llevar pulseras de tyíbö para ponerse ibankölössi o pulseras
de hojalata, rosarios, escapularios, etc.

Pasaron muchos años. Y llegó el mes de Utamöóte, o febrero, porque así lo llaman los bubis de Ripaasí. El Abba Möóte, gran maestro de ceremonias y guardián de ritos y tradiciones, convocó a todos los bubis, niños y ancianos, jóvenes y mayores, varones y mujeres, los de la isla y los de allende los mares y montañas, negros o blancos. Y allí estaban los de «A bó lötoló lué ribele», defensores de la lengua y la cultura bubis.

– «Os he convocado aquí, con todo respeto, en este poblado de Ëria ó Mmë [Rebola] para recordaros que hoy empezamos a caminar, a buscar, a desbrozar y a limpiar nuestro destino», dijo el gran maestro de ceremonias, junto a su ayudante, el artista buscador Börubekka Bö’ötya.

«¡Yéíyébaaaaaaa!», fue el vítor largo que emitió el artista y libre buscador del conocimiento bubi. Todos los presentes, niños y mayores, varones y mujeres, ancianos y extraños, contestaron: «¡Hííëëëëëëëë!».

– «Por eso vamos a premiar a aquellos hijos y a aquellas hijas nuestros y nuestras que han sabido caminar, caerse y levantarse sin dejar de ser bubis, sin dejar de crecer en su bubinidad», prosiguió el guardián de ritos y tradiciones.

«Sobre todo vamos a premiar a dos de estos. Una, cuya tataratataratataratatarabuela fue secuestrada y llevada a las américas. Y otro, cuyo tataratataratataratatarabuelo fue llevado a Ripaasí. Son Lídyösa y Fasísikö».

«¡Yéyéyéyéyéyéyéyéyéyéyéyéyéyébaaaaaaaaaaaaaa!» gritó largamente Börubekka Bö’ötya, siendo contestado por todos los presentes, negros o blancos, como lo hicieran antes: «¡Hííééééééééé!».

– «Vamos a realizar con ellos los ritos tradicionales encriptados, como se hace en estos casos», dijo el Abba Möóte. «Que empiece la fiesta, y que todo el mundo, incluidos nuestros huéspedes, baile, coma y beba. Luego nos vemos». Y se alejó con su ayudante para entrar en el oratorio del pueblo, que estaba en la parte más alta del pueblo, la de la colina interminable. El oratorio tenía una altura de un metro y medio y tenía una superficie de quince metros de largo y tres de ancho. La elotyí estaba sentada mirando el  mar. Los demás estaban sentados en paralelo. En medio de ellos había un fuego que mantenía el oratorio a una temperatura uniforme para evitar que se pudriesen las nipasdel tejado.

En el oratorio se encontraban la sierva mayor, o elotyí, viuda del maestro, hacendado y político bubi Sihéri, ya poseída por su bötéribo Ö Mmé Ëtúlá [Bisila Esa’á], el archivero Ntá Bösöpé, Börubekka buá Bëttá, Lídyösa y Fasísikö, y una joven dama de nombre Maguilá Bösèla. Entraron el Abba Möóte y su ayudante Börubekka Bö’ötya. El Abba Möóte se sentó en el asiento que había a la izquierda de la elotyí.

– «Os saludo, gran maestro Abba Möóte», dijo el bötéribo Ö Mmë Ëtúlá. «Ntá Bösöpé hablará de la regresada muchacha Lídyösa, después hablará la joven dama Maguilá Bösèla para decirnos quién es este joven albino; pero antes, quiero que refresques tu garganta, oh guardián último de ritos y tradiciones; toma la sangre blanca de nuestra palmera con este cubilete reservado a los reyes como tú».

El Abba Möóte se sentó. Recibió con sus dos manos el cubilete lleno de baa’u (vino de palma), dijo unas cuántas palabras no inteligibles y dio un largo sorbo.

– «¡Ákóóóó! Hacía mucho tiempo que no tomaba una sangre blanca tan deliciosa», señaló el gran maestro de ceremonias. Dio otro sorbo largo y el cubilete se quedó vacío.

«¿Quién es este joven albino?», preguntó el guardián de ritos y tradiciones. «Acordamos que en el oratorio de Ö Mmé Ëtúlá no entrarían albinos. ¿Quién le ha traído?», preguntó
el Abba Möóte en un todo sosegado.

– «¡Escucha lo que va a decir la joven dama Maguilá Bösèla!», habló la bötéribo. «Pero que hable antes Ntá Bösöpé, por respeto a nuestra jerarquía tradicional».

– «¡Gracias, È Mmë Ëtúlá! Gracias Abba Möóte. Hace muchos cientos de años, una joven de nombre Böriláwaalé fue raptada por unos albinos y llevada más allá de nuestro mar, desencadenando la furia del Dios Bianó’ö. En el barco lleno de otros cautivos, nadie la entendía, porque hablaba solamente nuestra lengua. Tras ser vendida y revendida, pudo tener hijos con un oriundo de la hoy Nigeria, en la parte Yoruba. Han pasado muchos cientos de años. Todos ustedes saben que he vivido muchos años en Ripaasí. Allí conocí a Lídyösa, porque fue a verme para que le contara quiénes eran los bubis, porque los brujos blancos habían descubierto que ella era bubi, porque su tataratataratataratatarabuela era bubi. Quería conocer la tierra de los bubis, por eso ha
venido. No habla nuestra lengua», terminó Ntá Bösöpé.

Mmë Ëtúlá cogió las dos manos de Lídyösa y abrió las palmas, las marcó con la piedra sagrada del caolín y las sopló. La bötéribo metió la mano en su tyónó y al sacarla estaba mojada. Tocó la frente de Lídyösa y esta sonrió. Mmë Ëtúlá habló en bubi de esta manera con ella:

– «Mientras permanezcas en la tierra de tu tataratataratataratatarabuela, no comerás kóló (rata de bosque), si lo hicieras, te quedarías sin recuerdos, porque tú eres kóló»,
sentenció la bötéribo.

Ntá Bösopé quiso traducir lo que había dicho la bötéribo. Pero Lídyösa le dijo que no hacía falta porque había comprendido todo. Y le contó todo lo que Mmë Ëtúlá había
dicho utilizando el cuerpo de la elotyí y viuda del ilustre y difunto Sihéri. Mmë Ëtúlá cogió un cubilete normal de coco, lo llenó de vino de palma de la calabaza de cuello que
había colgado en la puerta del tyónó, lo entregó a la protegida de Ntá Bösöpé. Esta lo recibió con las dos manos y lo bebió de sopetón.

-«Ahora escucharemos a Maguilá Bösèla para que nos diga qué hace aquí este joven albino ekerikeri», dijo el Abba Möóte.

– «È Mmë Ëtúlá, È Abba Möóte, è Ntá Bösöpé, è lò bömmë è lò baiiè (señoras y señores), conocí a Fasísikö en Ripaasí, donde fui a estudiar. Desde que le conocí no ha
hecho más que preguntarme sobre los bubis; quería saberlo todo. Hasta que un día me dijo que quería conocer esta tierra. Ya lleva aquí seis meses y ya tiene la casa llena de
cochas de bilölá, porque dice que sabe cómo hacer cuentas de tyíbö. Cuando fui a su casa me enseñó una varita de madera de unos cuatro dedos corazón. En un extremo de
la varita había atado una piedra basalto, puntiaguda. Dice que con eso hacían nuestros antepasados bubis las cuentas de tyíbö». Todos escuchaban atentamente.

– «No hables más, Maguilá Bösèla, no hables más», dijo Mmë Ëtúlá, al tiempo que se oía una voz que procedía del tyónó. «Está hablando Lötyíbö Gömbé, el último artesano
delas cuentas de tyíbö que partió con sus ancestros hace ya muchísimos años. Dice que este ekerikeri es su tataratataratataratataranieto, que ha venido a estas tierras porque él le
ha guiado, que dentro de unos meses, en la convocatoria que tendrá lugar en Basupúsúpu, donde habrá niños y adultos, varones y mujeres, negros y blancos,
huéspedes camuflados, etc., Fasísíkö mostrará lo que habrá sido capaz de hacer. Mientras tanto, volved con la gente y no digáis nada de lo que aquí se ha hablado sobre este joven artesano del tyíbö. No le presentéis a la gente, no es momento». Y el bötéribo se despidió.

Y llegó el gran día de Basupúsúpu. Fue en ese poblado donde nuestros mayores pronosticaron nuestra actual situación de opresión por parte de nuestros huéspedes.
Börubekka Bö’ötya, uno de los organizadores del evento, artista y libre buscador del conocimiento bubi, dio el nombre de quien se iba a premiar. Se trataba del archivero
Ntá Bösöpé. Justo antes de la ceremonia de entrega del premio, apareció Maguilá Bösèla con Fasísikö y se dirigieron donde estaba sentado NtáBösöpé esperando a ser
llamado al escenario para que le vieran todos. Se sentaron y el joven descendiente de Lötyíbö Gömbé habló así:

– «Buenas noches, querido archivero Ntá Bösöpé», saludó el muchacho. Este sacó de su mochila un envoltorio. Lo abrió y apareció una pulsera con cuentas de tyíbö grandes. «Son los primeros que he logrado hacer; han sido seis meses de duro trabajo. La próxima vez que nos veamos me habré perfeccionado, se lo prometo». Se lo entregó al archivero.

Ntá Bösöpé cogió la pulsera y se quedó un largo rato sin palabras. Por su memoria pasaron episodios olvidados de la historia bubi. Miró al muchacho y lo primero que dijo fue «Lötyíbö Gömbé, te llamarás Lötyíbö Gömbé. Gracias, muchas gracias por volver y encontrar el camino». Ntá Bösöpé se puso la pulsera y siguió escuchando al muchacho ya bautizado tradicionalmente como Lötyíbö Gömbé. Ya no era el joven albino ekerikeri, ya no era Fasísikö.

– «He buceado en la isla de los loros, en Sipópö. He visto bajo las aguas grandes piedras con hendiduras, como si se hubiesen utilizado para moler sustancias para el consumo o el cuidado de la piel; he recogido muchos kilos de conchas de bilölá para hacer muchas pulseras; también he recogido conchas rojas y negras para utilizarlas. Es imposible que pase un día sin que yo esté inmerso en esta energía que ya me enredó de por vida. Siempre soñé con los caminos ancestrales, con las maravillas de las culturas, con los adornos ancestrales; siempre me fascinó poder tener esta oportunidad en mi vida, como formar parte de una antigüedad tan rica y única como es la antigüedad de la cultura bubi con sus artesanos ancestrales; he logrado hacer miles de diminutas cuentas de tyíbö. Incluso ya sé hacer el trenzado de la pulsera tradicional del tyíbö. Me costó mucho aprender y debo agradecer la paciencia que tuvo mi maestra bubi, una abuela de ciento cinco años, de nombre Lourdes Sepa Satalo, porque me enseñó su certificado de nacimiento; pero lo conseguí a primera hora de la mañana, después de haber estado toda la noche practicando, sin dormir. No tengo palabras para lo que siento; algo me invade dentro de mí. En estos momentos no hay nada que me pueda hacer más feliz que estos logros, pudiendo viajar en el tiempo y participar en la recuperación de algo tan valioso y único», decía el joven Lötyíbö Gömbé, emocionado. «El día que fui a buscar conchas de bilölá y cauríes, llevé un poco de tyíbö. Lo primero que hice fue adentrarme en el mar, despacio, beber de su agua y pedir a los espíritus buenas energías y fuerzas para tiempos nuevos. Les estaré eternamente agradecido al brindarme la oportunidad de caminar respetuosamente por estos senderos ancestrales. Como ofrenda, lancé las cuentas de tyíbö al mar embravecido, eterno testigo de la belleza salvaje y sagrada que tiene esta isla y tierra bubi, donde el tyíbö es el oro blanco de los bubis, la marca distintiva de la nobleza de este gran y plurimilenario pueblo; también tienen ustedes el oro rojo, el oro negro; es maravilloso».

El muchacho hablaba y hablaba. Maguilá Bösèla le miraba fijamente, porque no sabía nada de lo que contaba el joven y nuevo bubi artesano blanco. El archivero Ntá Bösöpé se levantó para recibir el trofeo por el reconocimiento tributado. «Mañana te espero en el poblado de Watyátya, a primera hora, junto al gran oratorio que los blancos mandaron construir con el esfuerzo y trabajo de mis mayores; no faltes». Y se alejó. El joven Fasísíkö, ahora Lötyíbö Gömbé, miró a Maguilá Bösèla con cara de emoción y con la boca abierta: «¡me ha invitado el archivero Ntá Bösöpé, me ha invitado!», dijo excitado.

«Quiero que me acompañes, por favor». Pero Maguilá Bösèla le respondió que no podía, que le habían invitado a él solamente. A primera hora de la mañana, Lötyíbö Gömbé preparó sus cosas: una botella de coñac tres cepas, una de refresco de limón, una de agua, una pulsera trenzada de cuentas de tyíbö y cinco mil francos cefas. Arrancó su coche todoterreno y se fue. Llegó al poblado
de Watyátya a las seis de la mañana. Preguntó por el archivero Ntá Bösöpé y le guiaron pero sin acompañarle. Encontró a este sentado, rodeado de todos sus nietos. «Entra y siéntate, joven Lötyíbö, te estábamos esperando», dijo Ntá Bösöpé. Entró y se sentó en una banqueta.

– «He traído una botella de agua, una de refresco de limón, una de coñac tres cepas y un billete de cinco mil francos cefas», señaló Lötyibö. «También le he traído esto».

Lötyíbö Gömbé sacó un envoltorio de su mochila. Lo desenrolló y apareció una pulsera de cuentas de tyíbö, trenzada. Lo entregó al archivero. Este lo cogió, lo miró durante un
buen rato. Lo dejó en el suelo y dijo algunas palabras en bubi. Lo recogió y lo fue pasando a cada uno de sus nueve nietos. El huésped entregó el billete de cinco mil francos cefas al archivero. Este lo cogió y mandó al nieto mayor para que fuese a cambiarlo en billetes de quinientos francos cefas. Al rato regresó el nieto con los diez billetes de quinientos francos cefas cada uno. Ntá Bösöpé abrió las botellas de refresco de limón y de agua. Empezó con la botella de agua. Ofreció primero a Lotyíbö y fue ofreciendo a cada nieto. La última cantidad la vertió en cada uno de los umbrales de cada puerta, la principal y delantera, y la secundaria de atrás, muy característico en todas las casas bubis. Mientras vertía el agua, invocó e invitó a dioses y ancestros a asistir y cuidar de este hijo y tataratataratataratataranieto recuperado.

Ntá Bösöpé cogió la botella de coñac de tres cepas y lo abrió. Llenó un cubilete de coco, metió sus dedos índice y corazón de su mano derecha y lo pasó debajo de su garganta, en un movimiento de abajo a arriba, de la llamada nuez de Adán al techo de la boca. Fue haciendo lo mismo con cada nieto hasta llegar al joven Lötyíbö. El archivero Ntá Bösöpé se dirigió a la puerta de la entrada y vertió más del contenido de la botella de coñac tres cepas, al tiempo que imploraba e invocaba a dioses y espíritus ancestrales para invitarles a dicho acto. Hizo lo mismo en la otra puerta. La botella se quedó vacía. La dejó en el suelo en posición horizontal, con la base hacia la puerta.

Hizo lo mismo con la botella del refresco de limón, y como en el caso de la botella de agua, todos bebieron del mismo cubilete de coco. Cogió el fajo de los billetes y fue entregando uno a cada nieto, quedándose con el último.

– “A partir de ahora, a partir de hoy, considérate miembro de esta Casa Bubi, hijo y nieto de la Comunidad Bubi”, le dijo el archivero Ntá Bösöpé al joven Lötyíbo Gömbé. “Todo cuanto puedas hacer y descubrir te será reconocido y recompensado, porque así lo querrán nuestros ancestros, que son ya los tuyos, tataratataratataratataranieto del ancestral y en su momento último artesano del tyíbö, el llamado como tú: Lötyíbö Gömbé”.

En voz baja, el archivero y homenajeado Ntá Bösöpé emitió un “yéíyébaa” y todos los nietos contestaron “hííëëë”. Fue para validar y certificar todo cuanto se había hecho aquella mañana. El joven Lötyíbo le dio las gracias y partió. Fueron testigos los nueve nietos de Ntá Bösöpé, el ancestral artesano Lötyíbö Gömbé y cuantos espíritus y dioses llegaron a ese lugar. De camino a Ripottò (lugar donde viven los blancos o apottò), el joven artesano de las cuentas de tyíbö se encontró con Börubekka Bö’ötya, sentado sobre el tronco del árbol potobíla (palo jabón, o Dracaena arborea). Con él estaba la elotyí de Mmë Ëtúlá, Maguilá Bösèla y Börubekka wá Bëttá. Lötyíbö bajó de su todoterreno y fue invitado a sentarse sobre hojas de nötyonötyö o ökökuè (Thaumatococcus danielli, una fruta silvestre cuatro mil veces más dulce que el azúcar). Fue rociado con agua estancada en la hendidura de una roca, o boppë ba ebo’u. Le dieron granos del paraíso o pömma, muy picantes, y de beber, vino de palma o baa’u. Se quedó dormido.

– “Frank, Frank, despierta, llevas más de quince horas durmiendo”, le dijo su compañera bubi. “Han venido unos señores a verte, no sé quiénes son”.

Frank salió de la habitación con una concha grande del molusco elölá atada a su cuello y se fue directo a la sala de su casa en el barrio de Basilé Bubi. Había pulseras de cuentas de tyíbö en todas partes. Los visitantes le esperaban de pie. Eran la única etnopsiquiatra del país, doña Amalia Balëko, la joven dama Maguilá Bösèla, tres enfermeros fornidos, una enfermera con una inyección preparada para ser utilizada y un militar armado con una metralleta corta.

Los tres enfermeros le agarraron fuertemente y le pusieron una camisa de fuerza. La enfermera vació el contenido de la inyección en Frank mientras este gritaba “¡soy Lötyíbö Gömbé, soy Lötyíbö Gömbé, soy Lötyíbö Gömbé, pregúntenselo a Ntá Bösöpé, al Abba Möóte, a Börubekka Bö’ötya, soy Lötyíbö Gömbé, soy el tataratataratataratataranietoy tocayo del artesano ancestral Lötyíbö Gömbé!” ante el asombro de su compañera. Dos muchachos de ocho y diez años, salieron del patio de la casa y abrazaron a Frank. “Papá, papá, ¿dónde lleváis a papá? ¿Dónde le lleváis”. Nadie
les hizo el menor caso. Eran niños, futuros miembros de la generación de Poolö’ö, los rebeldes que no escucharán ni respetarán a sus mayores.

– “Todas estas pulseras serán enterradas en la caldera de Böndyöma para que nadie las encuentre”, dijo doña Amalia Balëko. “Este joven debe ser enviado a su país porque aquí no tenemos tratamiento para su trastorno”, siguió diciendo. “Hay cosas que los espíritus no pueden arreglar, como es este caso. Si le tratan a tiempo volverá a ser lo que fue, no pierdas la esperanza. Pero eres joven y tienes toda una vida por delante”.

Los visitantes salieron todos con las pulseras metidas en un saco oscuro. En la puerta, Amalia Balëko se dirigió a la compañera de Frank: “lo siento, jovencita, así es la vida; y recuerda que tienes toda una vida por delante”, y le entregó dos pulseras de cuentas de tyíbö, una concha del molusco elölá, una varita que medía cuatro dedos corazón con una pidrecita de basalto, puntiaguda, atada en un extremo. “Que no se vuelvan a perder las enseñanzas de nuestros mayores”, dijo Amalia Balëko en voz baja y con contundencia, la única etnopsiquiatra del país. Partieron.

Justo Bolekia Boleká